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El clasismo de las buenas conciencias

Las campañas electorales son una batalla y están llenas de ataques por doquier. Partiendo esta afirmación, podemos discutir el incidente verbal-etílico del hijo de Xóchitl Gálvez desde una óptica más lejana al día a día de una contienda electoral. También, podemos hacerlo alejados del tabú del consumo de alcohol, concentrándonos en los dichos del coordinador de la parte juvenil de la campaña conservadora.

¿Qué es el clasismo? Es la afirmación de alguna superioridad o inferioridad “natural” pero que en realidad su razón de existir se esconde detrás del estatus económico de las personas. El clasismo afirma que los ricos son superiores y que por eso son ricos, igualmente afirma que los pobres son inferiores y por ello están en una condición subordinada. Además, esas relaciones de superioridad e inferioridad supuestamente justifican relaciones de dominación – los pobres deben servir a los ricos.

El clasismo parte de una realidad que a la derecha le gusta negar – las diferencias entre clases sociales son reales, simplemente cada clase las asume de manera distinta. Aunque el mito de la meritocracia que usó la derecha fue exitoso en el pasado y resuena con fuerza a través de Ricardo Salinas Pliego, el clasismo es una contradicción viva y que choca con dicha meritocracia. El clasismo dice que no hay tal cosa como el mérito – la gente de las clases altas es simplemente mejor. Es una especie de continuación del privilegio de la nobleza, llevado hasta nuestros días.

El clasismo ha perdido terreno en México, a raíz de la rebelión “plebeya” que encabezó el presidente López Obrador. Figuras como el obrero que reclamó a una marcha opositora de clase alta que era gente como él la que realmente movía a México fueron tremendamente famosas. Las clases supuestamente inferiores han plantado cara a quienes les confrontan desde un lugar cada vez más pequeño —desde las propiedades, los apellidos, la idolatría al lujo material y la educación privada—.

Sin embargo, el clasismo se refuerza a través de los creyentes en ese prejuicio. Así como la nobleza era muy endogámica, literalmente haciendo matrimonios arreglados para conservar su “pureza”, la educación y socialización de las clases altas refuerza los prejuicios clasistas. Solo así los miembros de esa clase social pueden dormir en paz con sus buenas conciencias ante la realidad de que la mayoría de la gente no es como ellos.

El clasismo es la historia que se cuentan los ricos para justificar su existencia. El hijo de Xóchitl Gálvez estuvo rodeado de un entorno clasista y más allá de la dudosa historia de éxito empresarial de su madre, disfrutó del privilegio material de la riqueza de su madre. Lo único que expresa en ese video es ese pensamiento. El creía (y probablemente sigue creyendo) que hay personas que deben servirle a él, a su madre. En un descuido, seguramente también ha pensado que su madre le hace un favor a “los de abajo” porque tendrían a una persona que les podría demostrar cómo portarse bien y así, salir adelante.

El clasismo ha sido parte de la discusión porque es importante en la política de hoy. Unos buscan fijarlo y otros desterrarlo. Se está jugando la permanencia de ese enfoque como “resistencia” al proyecto de la Transformación en este proceso electoral. Sin embargo, tiene poca utilidad incluso como pegamento social de las clases altas.

Columnistas conservadores como Loret de Mola han admitido que el incidente del hijo de Xóchitl Gálvez refuerza la percepción de las clases medias que podrían ser “aspiracionistas” de que todavía queda un largo camino por combatir a los ricos, que se renuncian a dejar sus privilegios. Ello las decantará por un proyecto de justicia social, no por un proyecto que simplemente invita al paraíso de los ricos si existe el suficiente “mérito” individual. Es por eso por lo que el clasismo de las buenas conciencias no será solo una derrota política, sino también ideológica. Veremos qué tanto este episodio acelera el destierro del clasismo en México. Lo demás, corresponderá al nivel de conciencia del Pueblo.





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