En general, no estoy conforme ni me resigno. Quiero mi derecho, de hombre común, a deshacerme la frente contra el muro, a golpearme, en plena lucidez, contra los ojos cerrados de las puertas; o de plano y porque sí, a treparme en una silla, en cualquier calle, a lo mariachi, y cantar las cosas que me placen. Rubén Bonifaz Nuño en “ Fuego de Pobres ” Normalmente, cuando se habla de las razones para que los proverbiales jóvenes mexicanos no sean gente ‘de provecho’ y se unan al también proverbial crimen organizado, se barajan dos grandes razones. La primera, la aplastante falta de oportunidades. La segunda, el vacío por la falta de una brújula moral que los lleva a cometer los atroces actos de los que ya todos tenemos noticia desde hace años. Sin embargo, rara vez se habla del mundo intermedio en donde conviven estas dos razones, encarnadas de muy distintas maneras. Esto, relativo al más humilde distribuidor al menudeo de narcóticos hasta al más brutal gatillero, que quita vidas sin ce