El
acontecimiento de 2012 fue un momento marcado por varios cruces entre fuerzas e
impulsos. El primer impulso: evitar la imposición mediática de un candidato a
la presidencia de la república. La primera fuerza: el descubrir juntos la
potencia y los límites de la organización del descontento.
Yo
llegué a las asambleas de #YoSoy132 de Guadalajara en el Parque Rojo por la
invitación de un compañero de trabajo que estudiaba Ciencias Políticas en la
Universidad de Guadalajara. Lo primero con lo que me encontré fue un grupo
enorme de gente. Yo llegué a esas asambleas cuando el hashtag ya había tomado fuerza. Reconozco que lo vi en Twitter pero
jamás leí qué contenía. Aunque no fui partícipe del principio del principio, en
las asambleas en las que estuve se formaron la mayoría de las “mesas”, los
grupos de trabajo temáticos y maleables que servirían de contenedor para las
habilidades e intereses de quienes estábamos ahí – la primera división del
trabajo político de forma funcional y de afinidad.
En
2012 hubo un auténtico torrente: los participantes en las asambleas tuvieron
que sortear una gran cantidad de obstáculos, además de aprender y aprenderle a
los demás compañeros de ideologías y métodos asamblearios, de diseño gráfico y
cartel, de manufactura de esténcil y manta, de leyes, de redacción de ensayo y
panfleto, de brigadas y de hablar en público, de arte político y de cómo hacer
un happening, de activismo digital y
de cómo hacer una tormenta de tweets, de entregar oficios a autoridades, de
cuidar el contigente de una manifestación y de documentar hostigamiento de la
policía, de cómo sacar a los compañeros presos bajo fianza y de cómo conseguir
que el gas lacrimógeno no irritara tanto los ojos y la garganta, de “cómo para
vencer necesitamos convencer”, de cómo dar entrevistas a medios de
comunicación, de cómo botear y encontrarse con compañeros de todo el país en
una ciudad ajena a la de uno y de cómo tener capacidad de síntesis para
rescatar la información más importante en una discusión de horas y horas.
En
2012 hubo un encuentro: con todo y el encono hijo de la agudísima desigualdad
económica y con la lucha de clases atravesada entre nosotros, los que
estudiamos en las universidades públicas conocimos a los de las universidades
privadas y viceversa. De ahí salieron complicidades, conocimientos, hubo gente
que sí comprobó sus supuestos de que la clase social cala y cala hondo y nos
remite siempre a nuestras diferencias, hubo gente que encontró cosas diferentes
y de ese caldo de cultivo nació el paraguas que cobijó la exigencia de una
democracia real y lejana a las imposiciones: eran el ciento-treinta-y-uno y el
yo-soy-ciento-treinta-y-dos. En una dicotomía que en veces era feroz y otras
veces productiva, todos aprendieron algo: incluso los que se rehusaron a decir
o sentir que habían aprendido algo.
En 2012
hubo un intercambio: de solidaridad, de métodos, de preocupaciones, de subjetividad
política y que terminó desbordando a todos.
En
2017 le estamos dando vuelta a otro ciclo con 5 años de fermento político en
donde hace eco el adagio “desde otros espacios” que es la forma que muchos han,
hemos encontrado de llamarle a la evolución no lineal del acontecimiento de
2012.