Algunas críticas internas a los aspirantes en la contienda de Morena para la candidatura a la presidencia son difíciles de creer. Solo podemos dar crédito a los señalamientos porque los hemos visto. Desde señalar el pasado partidista (aun cuando es compartido con AMLO) hasta críticas que parecen tener por objetivo que cuadros que han apoyado durante años renuncien para irse a la oposición. Podríamos dar cuantiosos ejemplos, pero repetirlos los amplifica. Mejor, procedamos a descomponerlos y a hacer la crítica de la crítica infantilista en la 4T.
Primero, hay que cortar de tajo la crítica liberal-individualista. La inercia de las redes sociales ha inducido a todo tipo de perfiles, sobre todo urbanos, a hacer una crítica de los otros aspirantes para tener razón y vencer mediante el argumento subjetivo o emocional. Hacer esto sin saber que el objetivo de la crítica debe ser político, para corregir y encausar el movimiento de la 4T para que triunfe en 2024 es un error. Las críticas que privilegian principios abstractos y se tornan en ataques personales comprueban que estos cuadros están mejor cuando debaten hacia afuera del movimiento, porque son incapaces de construir una crítica política. Sus argumentos incluso hacen espejo a los de la oposición, no solo en su estructura sino en el núcleo de lo que critican – aspectos superficiales de los aspirantes. La crítica debe ser política.
Segundo, hay que impedir toda crítica ahistórica de nuestro movimiento. El método con el que se venció en 2018 implicó una gran coalición social que privilegió los intereses de la suma de muchas partes. Insistir en que un aspirante representa primordialmente y mejor que los demás un interés ideológico solamente de una parte de la coalición social transformadora es desconocer la historia del movimiento y no haber aprendido nada del viraje que la 4T dio entre 2012 y 2018. Toda crítica debe tomar en cuenta la coyuntura pasada y leer los problemas que representa tener un comportamiento sectario y los efectos de exhibirlo a la militancia y toda la población. La crítica debe ser histórica y unitaria.
Tercero, hay que impedir que la crítica se traslade por completo a la mal llamada esfera pública, que todavía es dominada por los medios corporativos de comunicación o incluso, por una parte del cúmulo de neomedios en redes sociales. El proceso interno actual solo puede ser cambiado, ajustado o corregido a nivel partidista. Quienes ignoren esto, dan municiones interminables a la oposición para la campaña. Por ello, la crítica debe construir los antídotos necesarios a las fallas percibidas dentro de los mecanismos del partido de la 4T, que es Morena. Por eso, la crítica debe ser partidista.
Por último, debemos evitar la crítica nostálgica. Señalar cuestiones bien establecidas en el pasado, que ya son parte de la coyuntura, tales como el pasado o los métodos usados por los aspirantes no sirve de nada si no se hace en el momento oportuno. Sumergirse en remembranzas de errores pasados es una tendencia literaria y burguesa que le hace el juego al dresserismo repetido por las clases medias que dice que “todos llevamos un priísta dentro”. Los errores deben ser leídos, enmarcados y relacionados con la acción política presente, con los hechos que enfrentamos en la coyuntura de 2024. Por eso, la crítica debe ser oportuna.
La única manera de desterrar el virus que orilla a hacer tomas de postura frecuentes y poco sustentadas es hacer una crítica fundamentada, razonada y cuyo tiempo de entrega se defina por las necesidades del movimiento de la 4T. Ningún sector popular está exigiendo una guerra civil fratricida dentro de Morena y el propio presidente ha advertido de sus peligros. Los simpatizantes de las corcholatas que incurran en esta fiebre de la crítica infantilista estarán siendo víctimas de la lógica apolítica, ahistórica e individualista que caracteriza a la oposición.