El pánico moral que suscitan los marginados se expresa de formas diversas en las clases altas. La filantropía es una de ellas, que en su expresión más pura pone la barrera del dinero entre las causas y las consecuencias de la pobreza. Por ejemplo, aventarle dinero a un problema para lavar la culpa moral es una forma de atender desde la superioridad económica el problema de la separación entre clases sociales sin alterar la jerarquía entre pobres y ricos. En su expresión más perversa, la filantropía deviene en estrategia fiscal o franco lavado de dinero, como ya lo ha evidenciado el gobierno federal.
Otra expresión del pánico moral de las clases altas de derecha es la atención que pone en la orfandad. Si bien los huérfanos son una expresión dura de una orfandad más grande, la social, en la que las familias son rotas o nunca expresan sus lazos por la pobreza o las adicciones, la atención que le ponen ciertas clases altas es peculiar. Los niños son, para ellos, “rescatables”.
No es lo mismo un viejo vagabundo sin techo de una ciudad que padece adicciones, que un niño. Un huérfano es una causa célebre de las clases altas, es alguien a quien pueden “salvar”, lo pueden adoptar sacándolo de su difícil entorno y pagarle una educación privada. Un huérfano es alguien a quienes ellos pueden moldear e integrar a su entorno socioeconómico, al menos en el discurso, sin meterse en los complejos problemas de las causas de su abandono.
La amputación del contexto de la adopción de fin de semana en redes sociales de Mariana Rodríguez y Samuel García es curiosa e irónica. Rodríguez fue víctima por primera vez cuando ha sido siempre beneficiaria del bendito encuadre estético de las redes sociales. Por primera vez, valdría la pena haberse preguntado si la reacción casi instantánea de las redes sociales en contra de su sustracción ilegal de un menor fue injustificada.
Esa pregunta no se dio y la opinión pública fue rápida en enjuiciarla porque ella misma ha decidido condensar su actividad política en micro videos de segundos de duración, que evitan dichas reflexiones. Trató de mediatizar un problema complejo y, por primera vez, el problema la mordió mediáticamente. La ironía de que se haya sacado relativamente fuera de contexto que el “paseo” de fin de semana de un menor sea consecuencia de visitas diarias durante meses está patente.
La cultura mediática de una sociedad orgullosa de su meritocracia produjo una especie de Ivanka Trump; la pareja de Samuel García es la cara amable del gobernante burdo y sin mucha sofisticación, pero con mucho dinero. Sin embargo, el hilo se rompe más fácilmente de este lado de la frontera porque Mariana Rodríguez sigue haciendo una parodia de sí misma y de su papel como primera dama. La jefa de la melosa oficina “Amar a Nuevo León” aprendió que la pobreza no se deja retratar de manera estética o glamurosa porque no lo es. Una dura y básica lección para García y Rodríguez, que hacen de Nuevo León la escenografía de sus publicaciones en redes sociales y nada más.