"La pelota es redonda y el juego dura 90 minutos, todo lo demás es teoría."
Sepp Herberger
En la historia reciente del fútbol en México ha habido múltiples incidentes violentos. Cuando son de una gran magnitud, hay que entenderlos como expresiones de la violencia más amplia que vive el país desde hace tiempo, incluyendo aquella que causa el crimen organizado.
Un ejemplo reciente sucedió en agosto del 2021, cuando un comando armado disparó a los asistentes de un partido de fútbol amateur en Guanajuato. En 2011, en un partido de primera división entre Santos Laguna y Monarcas Morelia, hombres armados irrumpieron en el partido disparando contra la policía. Estos incidentes, vistos al lado de la batalla campal (comentaristas dixit) que sucedió en Querétaro el 6 de marzo pasado, perfilan una cadena de violencia que rodea a la industria del fútbol. El lucro desmedido atrae grupos de todo tipo que se benefician de los extraordinarios ingresos económicos que se generan. También es atractiva la opacidad que es un susceptible al lavado de dinero, entre otros delitos.
Lo ocurrido en Querétaro no fue solamente un desbordamiento de la rivalidad deportiva hacia la violencia. Hay fragmentos de fuerzas mayores por doquier, como el crimen organizado o la convivencia de los directivos del club con grupos de choque organizados. Sin una investigación que haga pública información importante de parte de los dueños de los clubes, no podemos entender bien qué sucedió. Sin embargo, es poco probable que contemos con ella.
El fútbol mexicano tiene una historia de actuar como un cártel, en el sentido económico de la palabra – un cártel económico se conforma cuando hay un acuerdo formal entre dos o más empresas con el fin de reducir la competencia entre ellas y aumentar sus utilidades conjuntas. El famoso “pacto de caballeros” para impedir la libre circulación de los jugadores entre clubes es un ejemplo de estas malas prácticas. Además, los gestores del fútbol en México incurren en otro tipo de prácticas laborales ilegales, como la pauperización del fútbol femenil mediante un tope salarial inferior a la canasta básica (apenas 2,000 o 3,000 pesos mensuales).
La resistencia a imponer sanciones fuertes habla de una protección criminal al lucro privado. Los aficionados y grupos de choque violentos por ambos lados son herramientas para extraer ganancias de derechos televisivos, patrocinios de camisetas, venta de mercancía y los futuros ingresos del Mundial de Fútbol a realizarse parcialmente en México. Parafraseando a Sepp Herberger, “La pelota es redonda, el fútbol es un negocio y todo lo demás es teoría”. Esta es una realidad que, como seguidor del fútbol, conozco y repudio. El deporte debe unir a la gente en un espíritu de lucha y superación, no atizar el fuego de la rivalidad para beneficiar a unos cuantos.
Citando a otro clásico, este deporte es noble a pesar de quienes lo explotan para sus propios fines. Esperemos que pronto sea instrumento de paz y no de lucro a través de la violencia.
“Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Albert Camus.