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Columna: Crimen y Castigo

¿Qué circunstancias llevan a una persona a cometer un crimen? Hay un par de escuelas del pensamiento que buscan explicar esto: la primera es la psicológica en donde se le atribuye alguna clase de enfermedad o sociopatía a la persona que comete un crimen. En los asesinatos más brutales, esta es muchas veces la explicación más común.

La otra escuela es la social, es decir, la que ve a la persona como un ser envuelto en una compleja serie de circunstancias sociales y económicas: la marginación, la pobreza, la falta de un entorno familiar adecuado… Todas esas cosas que rodean a una persona, la inducen a romper las reglas más básicas de convivencia y cometer crímenes horrendos.

Ambas escuelas criminalísticas cojean de una pata: la psicológica responsabiliza casi por completo al individuo. Busca, en las fallas individuales o de carácter, explicar por qué era casi inevitable que alguien cometiera un crimen. En su vertiente más peligrosa esta explicación puede hacer pensar que hay crímenes “inevitables” y que “no se podía hacer nada al respecto”. La social a veces oscurece las motivaciones individuales y los sistemas de incentivos. Para que alguien tome una acción, tuvo sentido a nivel individual hacerlo. Eso es lo que vemos cuando hay gente que se une al crimen organizado. En su vertiente más extrema, puede borrar los momentos en donde la gente sí tiene alguna capacidad de acción y de decisión. 

Mijaíl Petróvich Klodt: Ilustración de conversación entre Raskolnikov y Marmeladov en Crimen y castigo, 1874.

Es decir, ante las mismas circunstancias, las personas actúan diferente y a pesar de que nuestro México está atravesado por una ola de criminalidad sin precedente, no todos los mexicanos cometen delitos. Al contrario, hay una rica reserva moral en nuestro pueblo para mantenerse firme ante la tristeza y la tragedia desatada a partir de 2006 por el calderonismo.

Una vieja novela que sintetiza estas dos escuelas: Crimen y Castigo de Fédor Dostoievski. Ahí, un estudiante pobre envuelto la desesperación comete un asesinato contra una prestamista para poder hacerse los medios económicos y seguir con sus estudios. Al final, la culpa lo corroe pero encuentra un camino hacia adelante. La importante diferencia con la realidad que vivimos es que el protagonista encuentra al final de su camino una especie de redención y en cambio México está envuelto en una oleada de violencia en donde todavía no se ve la luz al final del túnel. 

Sin embargo, para poder salir de este trance de violencia y encontrar la paz mediante la justicia, es necesario atender las causas individuales, familiares y sociales de la violencia. Un solo enfoque no bastará. Ante los crímenes infames cometidos recientemente contra mujeres, niñas y niños y las fosas comunes encontradas en el occidente de México, los comentaristas de derecha solo atinan a decir que “los discursos del presidente no bastan para abatir la violencia”. El árbol les impide ver el bosque. La estrategia de pacificación está dada y atiende las causas a corto, mediano y largo plazo. 

A corto plazo se realizan labores de contención de la violencia más brutal mediante un cuerpo policíaco civil que logre ser confiable, lejos de la corrupción de la Policía Federal. Ese cuerpo se llama Guardia Nacional y ya colaboró con autoridades capitalinas para apresar a los presuntos culpables del terrible crimen de Fátima.

A mediano plazo, se otorgan becas y apoyos para estudiar y trabajar, para que ningún joven mexicano se vea forzado a considerar la terrible opción que tomó Raskólnikov en “Crimen y Castigo”; que nadie tenga que pensar jamás en medio de la desesperación cometer un crimen para salir adelante.

A largo plazo, es necesaria una moralización de la vida en común, vista como el largo camino social hacia el buen vivir, el bienestar. Esto implica que comencemos desde el pueblo en el sentido amplio la reflexión: ¿qué vendrá después de la guerra? Imaginemos utópicamente los valores que nos habrán llevado a la paz. 

En los discursos del presidente hay varias claves para ellos: repensar la vida más allá de acumular bienes materiales, ayudar a los demás y dedicar tiempo para construir la vida en comunidad. Quienes desprecian esto están sumergidos en la creencia de que un PDF con una política pública va a cambiar la vida de la gente. Se equivocan. El pueblo de México ha orquestado sus transformaciones alrededor de poderosos símbolos. Como pueblo debemos comenzar a construir aquellos símbolos que nos llevarán hacia la paz. El arte, la literatura y la política, jugarán un papel muy importante.

Un paso adicional será que el INSABI haga realidad la promesa de la salud universal y eventualmente atienda mediante atención psicológica multidimensional los graves estragos que el neoliberalismo dejó. Eso reconoce la compleja realidad que nos toca vivir: la violencia es fruto de múltiples causales interactuando. Para que haya paz, hay que atender todos los flancos. Por eso hablamos de transformar la realidad para las mayorías, para las familias y en el futuro próximo, transformar la salud vista como auténtico bienestar del pueblo.

ESTA COLUMNA APARECIÓ ORIGINALMENTE EN EL SOBERANO.

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